¡Nuevo! Ser monaguillo...

Juan Pablo II
 
Audiencia del Papa a los monaguillos
01-08-2001
 
[…] Queridos monaguillos, ayer habéis cruzado en una larga procesión la plaza de San Pedro para llegar hasta el altar de la Confesión de la basílica. Así, en cierto modo, habéis prolongado el camino que los jóvenes del mundo comenzaron durante el Año santo. El lema de vuestra peregrinación a la ciudad eterna, "En camino hacia un mundo nuevo", es signo de vuestro deseo de tomaros en serio la vocación cristiana.
2. Os saludo muy cordialmente, queridos muchachos, y me alegro de celebrar este encuentro. […]
Vuestro ministerio del altar no sólo es un deber, sino también un gran honor, un auténtico servicio santo. A propósito de este servicio, deseo proponeros algunas reflexiones.
El hábito del monaguillo es particular. Recuerda el traje que cada uno usa cuando, en nombre de Cristo, es acogido en la comunidad. Me refiero al hábito bautismal, cuyo significado profundo expone san Pablo:  "En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo" (Ga 3, 27).
Vosotros, que ahora lleváis el hábito de monaguillo, habéis recibido antes el traje bautismal. Sí, el bautismo es el punto de partida de vuestro "auténtico ministerio litúrgico", que os sitúa al lado de vuestros obispos, sacerdotes y diáconos (cf. Sacrosanctum Concilium, 29).
3. El monaguillo ocupa un lugar privilegiado en las celebraciones litúrgicas. Quien desempeña el servicio durante la misa, se presenta a una comunidad. Experimenta de cerca que en cada acción litúrgica Jesucristo está presente y operante. Jesús está presente cuando la comunidad se reúne para orar y alabar a Dios. Jesús está presente en la palabra de la sagrada Escritura. Jesús está presente, sobre todo, en la Eucaristía, bajo las especies del pan y del vino. Actúa por medio del sacerdote que, in persona Christi, celebra la santa misa y administra los sacramentos.
De este modo, en la liturgia sois mucho más que simples "ayudantes del párroco". Sobre todo, sois servidores de Jesucristo, el sumo y eterno Sacerdote. Así, vosotros, monaguillos, estáis llamados en particular a ser jóvenes amigos de Jesús. Esforzaos por profundizar y cultivar esta amistad con él. Descubriréis que habéis encontrado en Jesús a un verdadero amigo para la vida.
4. El monaguillo a menudo sostiene en la mano una vela. Eso nos hace pensar en lo que dijo Jesús en el sermón de la Montaña:  "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 14). Vuestro servicio no puede limitarse al interior de una iglesia. Debe irradiarse en la vida de todos los días:  en la escuela, en la familia y en los diversos ámbitos de la sociedad, dado que quien quiere servir a Jesucristo en el interior de una iglesia debe ser su testigo por doquier.
Queridos jóvenes, vuestros contemporáneos esperan la verdadera "luz del mundo" (cf. Jn 1, 9). No tengáis vuestro candelero sólo en el interior de la iglesia; por el contrario, llevad la antorcha del Evangelio a todos los que están en las tinieblas y viven un momento difícil de su existencia.
5. He hablado de la amistad con Jesús. Me gustaría que de esta amistad brotara algo más. ¡Qué hermoso sería si alguno de vosotros descubriera la vocación al sacerdocio! Jesucristo tiene necesidad urgente de jóvenes que se pongan a su disposición con generosidad y sin reservas.
[…] También a quienes quieran unirse en matrimonio, el servicio del monaguillo enseña que una auténtica unión debe incluir siempre la disponibilidad al servicio recíproco y gratuito. […]
 




Audiencia del Papa a los monaguillos
02-08-2006
Queridos hermanos y hermanas:
¡Gracias por vuestra acogida! Os saludo a todos con gran afecto. […] Tengo la alegría de acoger a la gran peregrinación europea de monaguillos. Queridos muchachos y jóvenes, ¡bienvenidos!
[…]
Hace más de 70 años, en 1935, comencé a ser monaguillo; por tanto, he recorrido un largo itinerario por este camino.
[…] A vosotros, queridos monaguillos, quiero ofreceros, brevemente, dado que hace calor, un mensaje que os acompañe en vuestra vida y en vuestro servicio a la Iglesia. […] Quizá algunos de vosotros sepáis que en las audiencias generales de los miércoles estoy presentando las figuras de los Apóstoles: en primer lugar, Simón, al que el Señor dio el nombre de Pedro; su hermano Andrés; luego otros dos hermanos, Santiago, llamado "el Mayor", primer mártir entre los Apóstoles, y Juan, el teólogo, el evangelista; por último, Santiago, llamado "el Menor".
Hoy reflexionamos sobre un tema común: ¿qué tipo de personas eran los Apóstoles? En pocas palabras, podríamos decir que eran "amigos" de Jesús. Él mismo los llamó así en la última Cena, diciéndoles: "Ya no os llamo siervos, sino amigos" (Jn 15, 15). Fueron, y pudieron ser, apóstoles y testigos de Cristo porque eran sus amigos, porque lo conocían a partir de la amistad, porque estaban cerca de él. Estaban unidos con un vínculo de amor vivificado por el Espíritu Santo. 
Desde esta perspectiva podemos entender el tema de vuestra peregrinación: "Spiritus vivificat".
El Espíritu, el Espíritu Santo, es quien vivifica. Es él quien vivifica vuestra relación con Jesús, de modo que no sea sólo exterior: "sabemos que existió y que está presente en el Sacramento", pero la transforma en una relación íntima, profunda, de amistad realmente personal, capaz de dar sentido a la vida de cada uno de vosotros. Y puesto que lo conocéis, y lo conocéis en la amistad, podréis dar testimonio de él y llevarlo a las demás personas.
Hoy, al veros aquí, delante de mí en la plaza de San Pedro, pienso en los Apóstoles y oigo la voz de Jesús que os dice: "Ya no os llamo siervos, sino amigos; permaneced en mi amor, y daréis mucho fruto" (cf. Jn 15, 9. 16). Os invito: escuchad esta voz. Cristo no lo dijo sólo hace 2000 años; él vive y os lo dice a vosotros ahora. Escuchad esta voz con gran disponibilidad; tiene algo que deciros a cada uno.
Tal vez a alguno de vosotros le dice: "Quiero que me sirvas de modo especial como sacerdote, convirtiéndote así en mi testigo, siendo mi amigo e introduciendo a otros en esta amistad". Escuchad siempre con confianza la voz de Jesús. La vocación de cada uno es diversa, pero Cristo desea hacer amistad con todos, como hizo con Simón, al que llamó Pedro, con Andrés, Santiago, Juan y los demás Apóstoles. Os ha dado su palabra y sigue dándoosla, para que conozcáis la verdad, para que sepáis cómo están verdaderamente las cosas para el hombre y, por tanto, para que sepáis cómo se debe vivir, cómo se debe afrontar la vida para que sea auténtica. Así, podréis ser sus discípulos y apóstoles, cada uno a su modo.
Queridos monaguillos, en realidad, vosotros ya sois apóstoles de Jesús. Cuando participáis en la liturgia realizando vuestro servicio del altar, dais a todos un testimonio. Vuestra actitud de recogimiento, vuestra devoción, que brota del corazón y se expresa en los gestos, en el canto, en las respuestas: si lo hacéis como se debe, y no distraídamente, de cualquier modo, entonces vuestro testimonio llega a los hombres.
El vínculo de amistad con Jesús tiene su fuente y su cumbre en la Eucaristía. Vosotros estáis muy cerca de Jesús Eucaristía, y este es el mayor signo de su amistad para cada uno de nosotros. No lo olvidéis; y por eso os pido: no os acostumbréis a este don, para que no se convierta en una especie de rutina, sabiendo cómo funciona y haciéndolo automáticamente; al contrario, descubrid cada día de nuevo que sucede algo grande, que el Dios vivo está en medio de nosotros y que podéis estar cerca de él y ayudar para que su misterio se celebre y llegue a las personas.
Si no caéis en la rutina y realizáis vuestro servicio con plena conciencia, entonces seréis verdaderamente sus apóstoles y daréis frutos de bondad y de servicio en todos los ámbitos de vuestra vida: en la familia, en la escuela, en el tiempo libre. El amor que recibís en la liturgia llevadlo a todas las personas, especialmente a aquellas a quienes os dais cuenta de que les falta el amor, que no reciben bondad, que sufren y están solas. Con la fuerza del Espíritu Santo, esforzaos por llevar a Jesús precisamente a las personas marginadas, a las que no son muy amadas, a las que tienen problemas. Precisamente a esas personas, con la fuerza del Espíritu Santo, debéis llevar a Jesús. Así, el Pan que veis partir sobre el altar se compartirá y multiplicará aún más, y vosotros, como los doce Apóstoles, ayudaréis a Jesús a distribuirlo a la gente de hoy, en las diversas situaciones de la vida. Así, queridos monaguillos, mi última recomendación a vosotros es: ¡sed siempre amigos y apóstoles de Jesucristo!

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